jueves, 10 de diciembre de 2009

Póngame tres bolas, y en cucurucho.

Es...como esa heladería por la que pasas todos los días. Nunca te habías fijado en ella hasta que te la señalaron con el dedo, y te dijeron, "es la mejor". Y ya desde entonces no podías evitar mirarla cada vez que caminabas por delante, pero nunca tenías una excusa para entrar, hasta que un día te encontraste con suelto en el bolsillo y te decidiste a probar.


Cuando te encontraste en su interior, te decepcionaste un poco. Esperabas un mundo de sabores y olores, pero bien es cierto que en las heladerías no huele a nada, y que ésta en particular no presumía de experimental, sino de hacer de los clásicos las obras maestras que son. Pero, mirando la carta, descubriste que sí que había un sabor especial: estaba escondido a plena vista, en medio de la lista de sabores corrientes (de sabores de esos que el camarero recita al final de la comida cuando has pedido menú, y antes de que empiece ya sabes qué vas a pedir, pero preguntas de todas formas, por joder). Leíste con detenimiento el nombre, y no podías creerlo, ¡era el sabor perfecto! Tenía todo lo que siempre habías querido en un helado... Pero no te atreviste. ¿Y si no me gusta? ¿Y si me decepciona? Si sale mal, jamás podré perdonármelo. Habré perdido un sueño. Por golosa. Por avariciosa.

Así que ese día, descolocada, te fuiste de la tienda sin lamer nada.

Volviste otros días, qué remedio. Hiciste amigos, y os reuníais allí, y acabaste probando todos los sabores, saboreaste a todos menos a él. Siempre que mirabas la lista, tus ojos se enganchaban en su nombre unos segundo más, y por dentro te encogías imaginando tu lengua en contacto con su frío. Pero jamás reunías el valor suficiente, nunca era el momento, siempre había opciones más seguras que elegir.

Hasta que...un día te encontraste sola en la tienda. Miraste la carta, y te quedaste paralizada. Alguien había escrito a boli una carita sonriente al lado de su nombre. Y te diste cuenta de que era el día, de que ya no había vuelta atrás. Te acercaste a la barra, y susurraste su nombre lentamente, como si fuera un hechizo..."Póngame tres bolas, y en cucurucho."

Era ácido, pero con un toque dulce que jamás imaginaste. Suave, pero sabes que jamás lo olvidarás. Podrías pasarte horas disfrutándolo, pero sabes que en pequeñas dosis no te cansará nunca, y no quieres cansarte jamás.

Ahora te preguntas, "¿porqué demonios no lo habré pedido antes?"...y tiras el cucurucho a la basura.

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