viernes, 29 de enero de 2010

Algo le pasa a la lavadora

Son las cuatro de la mañana, y Toñi, con su insomnio de los fines de semana, abrumador y terrible, se ha levantado a beber un vaso de agua, más por moverse y levantarse de esa cama que siente como ataúd que por tener sed. Abre el armario, coge el vaso, cierra el armario, abre el grifo, y observa cómo transparente llena a transparente, y siente cómo se enfría el vaso, y siente cómo se enfría su mano, y se da cuenta de que en realidad, no siente nada.

Bebe agua como lo hace todo últimamente, sin prestar atención. Los labios se abren, el vaso se apoya en el inferior, y el agua se derrama por el interior de la boca, pero bien podría ser fuego, Toñi no se inmuta. Tan ignorante se muestra de lo que está pasando, que el agua se desplaza por la glotis hacia su tráquea en vez de hacia su esófago, y su cuerpo, que no se ha dado cuenta de que a Toñi no le quedan ganas de vivir, en un acto reflejo contrae sus músculos, y empieza a toser descontroladamente.

Cuando consigue tranquilizarse, Toñi se queda en silencio, escuchando los sonidos de la casa. Busca indicios de haber despertado a alguien, aunque bien sabe que el único que está en casa es Manolo, y a Manolo no lo despierta ni una bomba cuando está bien dormido.

Es entonces cuando escucha el ruidito de los demonios. Repetitivo y molesto, como un ñi,ñi,ñi, y se mosquea. ¿De dónde viene esto? Se pregunta, porque no tiene nada más que preguntarse, porque no hay nada más que le importe, porque no hay nada más que la preocupe, a las cuatro de la mañana, en la cocina de su piso.

Apoya la oreja en la nevera. Y suena a nevera, a qué va a sonar, se dice a si misma. Ese ñi,ñi,ñi, no es de la nevera. Y entonces qué, ¿el lavavajillas? Se acerca, se agacha, escucha. El lavavajillas está apagado, y no suena a nada. Toñi se yergue y se queda pensando. La lavadora. Sólo queda la lavadora, el sonidito ese no para, ñi,ñi,ñi. Pues hala, cual perro rastreador se aproxima lentamente a la lavadora, y pega la oreja. Ñi,ñi,ñi. ¡Ahí está! Que lista es Toñi.

Pantuflas arrastrándose por el pasillo camino de la habitación. Las manos frías de Toñi sacuden a Manolo. Manolo, Manolo, algo le pasa a la lavadora. Y Manolo, ¿qué, cómo?, despierta de un sueño en el que se ligaba a una jovenzuela rubia con sus encantos masculinos para encontrarse con las ojeras de su señora, que parece preocupada pero no asustada, luego al chaval no le pasa nada, es un buen comienzo.

Cuando consigue que su marido se despeje lo suficiente, Toñi lo levanta de la cama y le lleva a la cocina, pantuflas arrastrándose por el pasillo. Se detienen los dos en medio del espacio, y Toñi ordena silencio llevándose un dedo a los labios. Chitón. E inmediatamente, ñi,ñi,ñi. Manolo observa a Toñi, con el dedo apoyado en los labios, y piensa en cuando le despertaba a las cuatro de la mañana para que le hiciera el amor. La lavadora. Es la lavadora, le dice ahora. Y le coje de la mano, y le acerca al cacharro, y le dice: escucha.

Manolo obedece, sin fuerzas para discutir, y acerca la cabeza al frío metal. Y sí, mira, ñi,ñi,ñi. Pues nada, le dice a su mujer. Habrá que hablar con el servicio de reparación. Toñi le mira mientras se retuerce las manos. Vale. Venga, Toñi, vamos a dormir. Manolo sólo ve ojeras, pobrecilla, de dónde le vendrá toda esta angustia, la rodea suavemente con el brazo y se la lleva al dormitorio. Hacía años desde la última vez, pero hoy duermen abrazados. Toñi duerme. Es sábado.

A las siete de la mañana ya está levantada, Manolo, el ñi,ñi,ñi, sigue, vamos al servicio de reparación. Él se viste mientras ella le prepara el desayuno. Ella se viste mientras él se toma el café. Se ponen los abrigos, respiran hondo, abren la puerta. Justo a la derecha, también se abre la puerta del vecino. Toñi ya se dispone a saludarle, es un universitario de esos que vienen, pasan unos meses aquí y luego desaparecen, pero éste es amable, saluda todos los días, así que a Toñi le cae bien. Pero el que sale no es el universitario, es una chica, con ojeras y minifalda, y el abrigo mal abrochado. Hasta mañana, dice ella, volviendose hacia el interior de la casa. Hasta mañana, aparece él, y se inclina a besarla. Según se separan, se dan cuenta de la presencia de los dos abuelillos, y ella se pone colorada, Buenos días, dice, Buenos días, alcanza a decir Manolo.

Toñi le agarra del cuello del abrigo, y le vuelve a meter en casa. Cierra la puerta. Se miran. Y romper a reirse a carcajadas.

lunes, 25 de enero de 2010

Bollitos

Salía del examen con su receta dobladita entre las manos. Sabía que sus croasanes no serían los mejores, que le había faltado estudiarse las tartaletas de frambuesa y que la improvisación en la cocina no es la mejor compañera, pero esperaba que al menos los bollitos salieran dulces.

No se le ocurrió nada que le apeteciera más que comentar el examen con él. Seguro que sacaría punta a todas sus recetas, pero en parte le gustaba, sentía que mejoraba cuando él le corregía las medidas con su mirada cargada de condescendencia. Pero la canela, ¡la canela en las tortitas seguro que no se la esperaba!

Le buscó por todas partes, pero mirando el reloj por cuarta vez y ésta prestando atención, se dió cuenta de que era la hora del descanso, así que se dirigió a la cafetería.

Efectivamente, allí estaba, sentado a una mesa y rodeado de veteranos como él. Se detuvo en la entrada, sin saber muy bien que hacer. Sentía que ese territorio le estaba vetado. Una vez podría haber pasado la barrera invisible que la separaba de ellos, pero ahora se sentía pequeña, inferior, y no le apetecía exponerse a sus miradas. Entonces recordó los bollitos, recordó la canela, y caminó hasta el grupo.

Sentada en una esquina, engullendo unas galletas insípidas, les oyó comentar los tiempos pasados, en los que ellos se examinaron de tartaletas y tortitas, y sus oídos alcanzaron a escuchar cómo ellos habían hecho los bollitos más ricos de aquella época, como alcanzaron incluso a modificar recetas corrigiendo a los maestros... llegó a escuchar que la canela estaba pasada de moda.

La galleta en su boca, ya de por sí insípida, se convirtió en tierra, le raspaba los dientes. Se preguntó en que momento se le habría ocurrido a ella que él podría tener interés en sus recetas. Canela...¡bollitos! Él jugaba en otra liga, era obvio, y ella era estúpida por haberse creído lo contrario.

Se levantó, arrugando el papelito con sus recetas. Lo tiró a la basura. Salío. Nadie la detuvo.

viernes, 22 de enero de 2010

Hambre

Te has vuelto a quedar dormido leyendo, y cuando entro en la habitación te encuentro con las gafas ladeadas y la boca entreabierta. Te miro detenidamente, sopeso la situación y decido que ha llegado el momento.

Me subo a la cama cual gata, primero apoyando las manos, luego una pierna, después la otra. No aparto la mirada de tí, pero tú ni te inmutas, si acaso rebulles ligeramente al notar mi peso sobre el colchón.

Nuestra cama es pequeña, y te alcanzo en dos avanzadas de manos y dos golpes de caderas. Sé que nadie me ve, pero yo muevo las caderas igual que una leona dando caza a su presa. Las caderas. Mis caderas. Desde aquí puedo oirte respirar.

Mi pelo se eriza, soy presa de la excitación. Pero soy consciente de que tengo que disfrutar de este momento, porque después de él no habrá nada.

Las uñas pintadas de rojo obedecen mi mandato, y recorren tu brazo trazando una línea invisible. Y esta vez sí, tiemblas, te despiertas sobresaltado. Tu mano entre mis manos, se acerca a mi boca, y sientes más que ves mi lengua recorriendo el dorso de tu mano. Sonríes, de medio lado. ¿En serio tengo la lengua tan caliente?

Mis ojos color hoja te observan, oculto mi cara detrás de nuetras manos, y tu sonrisa duda, cuando mis uñas se clavan en tí. Desplazo mis labios por tu brazo, inhalo tu calor. Tu calor, que pronto será mío.

Abro la boca lentamente justo antes de llegar al codo, y te dejo ver mis colmillos, sin apartar mis ojos de los tuyos. Entiendes, y permites. Y muerdo.

Si te duele, no lo dices. Yo me centro en la sangre que se resbala por tu brazo, lamo despacio pero termino por sorber a grandes tragos. Rojo por todas partes, en mi cara, en mi pecho, en las sábanas. Rojo.

El segundo mordisco es más profundo, y arranca un trozo de carne. No lo pienso mucho, mastico, trago, y cierro los ojos. Estás delicioso.

El último mordisco es más un movimiento de lengua, desprendiendo el último pedacito de carne adherida a tus huesos. No queda más de tí que eso, huesos, y los miro con añoranza. Eras un encanto, pero tenía tanta hambre...

miércoles, 20 de enero de 2010

Invierno

Cerrar los ojos y sentir el frío sobre mis párpados.

Sonreír y que se me congelen las encías.

Maquillarme para disimular que he llorado.

No escuchar música que me ponga triste.

Mirar a través de las gafas con aire impertinente sin recordar que el cristal es transparente y la gente puede ver a través de mi estupidez.

Pensar en los libros que leeré, en las películas que veré, en los conciertos a los que iré.

Elegir mi ropa con cuidado, porque ahora mismo es lo único que puedo elegir.

Sacudirme de encima la sensación de que esto es el juicio final, y yo sólo soy una pecadora del montón.

miércoles, 13 de enero de 2010

No es la época

No es la época para cogerte del pescuezo y decirte que lo has hecho mal.
No puedo tener largas conversaciones contigo sobre esto o aquello, ni siquiera sobre tú y yo. Olvídate de darme la mano mientras caminamos.

No hay tiempo para deterse y analizar, porque ya estamos más que parados, y no hacemos nada a parte de pensar. Tu mundo es ese folio, y tu arma arrojadiza un subrrayador. Las ventanas son un mero adorno, y yo ya no me quito las gafas ni para comer.

No quiero ser un motivo más de preocupación. Pero a mi no me importa preocuparme porque sí. Las letras bailan una danza invocadora de recuerdos inventados, mis manos se alargan para tocar tus manos sin que te des cuenta, nuestras piernas se entrelazan por debajo de la mesa, y tú sin enterarte.

No puedo llevarte lejos, ni tengo nada interesante que decirte, pero… ¿Te apetece un café?

martes, 12 de enero de 2010

Frío

Me apetece arrancar mi culo de esta silla y jugar con la nieve, formar parte de ese resfriado generalizado de etiología: demasiada diversión. Mejillas rojas y ojos brillantes, los quiero para mí.

Salir de paseo bajo esta lluvia fresquita y hacer fotos de torres envueltas en nieve y de gente enfadada. No me canso de ver fuentes que escupen agua mientras mi cara se moja en vertical. Hay un rincón en Madrid donde los cristales parecen un mar gris, y me hacen soñar con baños a la luz de la luna.

Peco de solitaria. Pero nadie sabe mejor que yo que muchas veces hablar sobra, y mirar basta. No me he puesto los guantes para no olvidarme de que fuera de mí sigue haciendo frío. Aunque mis entrañas marchen a toda máquina generando calor, calor humano, de ese que quita el hambre.

miércoles, 6 de enero de 2010

Bébeme

Tal vez necesites una dosis de insulina después.

Pero yo no dejo resaca.

viernes, 1 de enero de 2010

Trenes mecidos por la marea

Vivo lejos del mar. Las grandes superficies azuladas no se hicieron para que mis ojos las observaran. No hay rompientes de olas cerca de mí, no hay gaviotas, mi piel no sabe a sal.

Y sin embargo, oigo las llamadas de los barcos. Atraviesan la niebla de estos días fríos y húmedos, y alcanzan mis oídos cual cantos de sirena, susurrándome que huya, que corra hacia el mar.

Yo las ignoro, y vuelvo a sumergirme en papelajos y luz de flexo, como una planta artificial a la que no hace falta regar, a la que no hace falta hablar para que crezca. Asumo que me estoy volviendo loca de no pronunciarte, de no ver más que pared naranja delante de mí, de no escuchar más que silencio.

Pero vuelven a repetirse. Son breves, pero su recuerdo perdura, sus ecos se detienen en mis oídos y pasean por mis conductos auditivos como si jugaran a algún juego infantil de objetivo incierto. Y ya no puedo pensar en otra cosa que no sea el mar.

Los barcos cuyas sirenas me reclaman en realidad viajan por raíles, y sólo se mojan con la lluvia. Pero yo los imagino como en aquel viaje de Chihiro, cruzando inmensas llanuras bañadas en suave marea azul, con el sol reflejándose en ella para golpearme en los ojos y crear arrugas entre mis cejas asombradas.

No necesito un objetivo. No hay ninguna meta que alcanzar. Sólo un punto de partida, una estación de tren en medio del mar desde la que subirme a este dragón de la suerte que me lleve serpenteando entre las olas, lejos, lejos, lejos de mí.

Pero ya puedo soñar todo lo que quiera. Las sirenas seguirán sonando a lo lejos, alcanzarán mis oídos y bailarán con mis tímpanos su danza cruel. Y yo seguiré a la luz del flexo, haciendo fotosíntesis ineficaz, y pensando en ti.
 
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