viernes, 25 de diciembre de 2009

Incompatibles

Era en la cama, después de hacer el amor, mientras se fumaba un cigarrillo y me rodeaba con su brazo desnudo, cuando se le ocurrían las mayores estupideces.

- Creo que tú y yo no deberíamos casarnos – dijo una vez, el muy gilipollas.

Yo me quedé callada. Llevábamos poco tiempo juntos por aquel entonces, pero ya le conocía esos arrebatos filosóficos que le atacaban en determinados momentos. Al principio me alarmaba, porque todas eran frases un poco de enfermo de sanatorio mental (“Creo que deberías morir antes que yo.” Me soltó una noche después de habernos tomado algo por Malasaña. Inocente de mí, se me ocurrió preguntar por qué, y nos pasamos el resto de la noche enfrascados en un debate metafísico sobre quién escribiría los mejores versos para un funeral. Como para tomarle en serio después de eso…), pero más tarde, decidía ignorarle y esperar a que regresara la cordura.

- Te lo digo en serio – Movió su cuerpo y tuve que erguirme. Me miró a los ojos mientras me cogía de los hombros -. No somos compatibles.

Me di por vencida.

- ¿No lo somos?

- No, Caperucita, no somos compatibles. A ti te gustan las películas de acción, y yo sólo voy al cine a ver películas de autor; yo soy tacaño y tu derrochadora; a mi me fascina el arte contemporáneo y a tí no hay quien te saque de los impresionistas; a ti te encanta el mazapán y yo soy alérgico a las almendras…

Y yo, por seguirle el juego:

- Jefe, ¿Vas a dejarme utilizando un fruto seco como excusa?

Entonces parpadeó, como si despertara de una ensoñación. Se fijó en la sábana alejada de mi cuerpo, y observó detenidamente mi silueta desnuda.
Suspiró, pensó unos segundos qué decir, y terminó por darme unos de sus besos de ceniza que a mi tanto me gustan.

- Ni se te ocurra casarte con nadie que no sea yo. – Gruñó, y volvió a tumbarse. Como si nada hubiera pasado.

1 comentario:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.