miércoles, 31 de marzo de 2010

Chicle

Acababan de operar a mi tío, y me había pasado por el hospital para saludarle y darle mi pésame por la perdida de su apéndice y la enhorabuena por seguir vivo, o también el pésame, no sé muy bien, el caso es que llegué y me marché y me senté a esperar la llegada del autobús.

Tengo por costumbre introducir los auriculares de mi reproductor de música en los oídos en cuanto salgo de cualquier edificio sin más compañía que mis pensamientos, me los meto hasta que duele y luego me pongo el volumen al máximo y silencio esos viejos compañeros que no por ser viejos conocidos son más queridos, más bien al contrario, odio a la gente que jamás se da por vencida. El problema es que también tengo por costumbre no vigilar si mi reproductor de música tiene suficiente energía encima como para aguantar todo un día de soledades, y a veces el muy cabrón me deja abandonado en momentos inoportunos, como aquel día, como aquella parada, como aquel silencio sin libros para rellenar mi cabeza hueca ni gente que observar para distraerme.

Así, sentada en el banco frío de la marquesina me entretengo en luchar por que mis ideas no sean más que una bruma distractora y no se condensen lo suficiente como para asemejar nada temible, miro hacia un horizonte de coches pasando de izquierda a derecha y de derecha a izquierda sin orden aparente y no miro, bizqueo, desenfoco el mundo, y de repente, click.

Como ahora mismo valoro a la gente más o menos igual que a un pepino, ignoro ese click. Pero llega un momento en el que mi cabeza ya no puede entetenerse con más nada y acaba por sólo oír ese clik. Una vez, dos veces, tres, y ahora que me fijo va acompañado de un sonido como de ventosa, como de dientes despegándose de una masa húmeda y gomosa.

Chicle.

Vale, lo has conseguido: has atrapado mi atención. Me giro, busco, cotilleo entre la (escasa) maraña de gente que habita las marquesinas de las paradas de autobús hoy en día y descubro a la negra, mi negra. Sandalias en invierno, pantalones de leopardo, pseudochaqueta, pseudocamiseta. Y un chicle, rosa y hermoso, entre los dientes, click, ventosa, click, ventosa, como un desafío masca, lo que pase a su alrededor no importa, lo que importa es ese chicle y mascarlo, machacarlo como si el no hacerlo fuera a detonar alguna bomba nuclear.

Con lo vacía de sentimientos que me encontraba en ese momento, aquel encuentro fue como una explosión de color en un lienzo en blanco. No sabía cómo debía sentirme, pero sí sentía muchas cosas: indignación, porque a mí me habían enseñado desde pequeñita que comer chicle con la boca abierta era una grosería, vaya chica más grosera, pienso, y luego admiración porque es obvio que a esta chica en particular le importa una mierda lo que piense el resto de la gente, el chicle esta ahí y merece ser mascado más que yo ser apreciada y no será ella quien se detenga, y luego una mezcla de repulsión y encanto, porque ver el chicle rosa dentro de la boca rosa no me inspira mucho placer pero en serio, jamás he oído a nadie comer chicle así, ese click de los demonios, ¿de dónde lo saca? ¿cómo consigue esa coordinación entre la lengua y las paredes de la boca para que cuando suene así, como si pulsaras un interruptor, no se salga la masa gomosa proyectada como una bala de calibre 22?

Mientras observo como masca la maldita, oscurece y se hace de noche y comienzo a helarme de frío, y me cabreo porque el autobús no viene, y porque me acabo de dar cuenta de que yo quiero ser esa negra, y no lo entiendo, mi belleza caucásica (ja!) no debería sentir celos de semejante hortera mascachicles, pero no sé por qué esa forma de mascar chicle me parece tan alucinante, y yo quiero saber mascar chicle así, y yo quiero que me de todo igual como a la negra exuberante de ahí en frente, y lo que quiero en realidad es levantarme y pegarle un pisotón en esos pies metidos en sandalias con mis deportivas machacadas.

Pero termina por llegar el autobús, y me subo, y me despido en secreto de este tesoro, y me deseo a mi misma no volver a encontrarme con ella, porque como vuelva a escuchar esa masacre de chicle estoy convencida de que me volveré loca, cierro los ojos y termino por dormirme con la cara apoyada en la ventana, vaya día.

lunes, 29 de marzo de 2010

Médico interno residente

Maldita la hora en la que se le ocurrió hacer medicina. A él lo que le gustaba era la Historia, aprender sobre los reyes y las masas y sus encuentros, y sus ménage à trois con la muerte. Pero dar clases nunca se le dió bien, y en estudiar era experto, así que llevado por la marea de las decisiones de los demás acabó en medicucho.

Tras seis años de carrera, con un título vacío en la mano, le toca sacarse la especialidad a base de sábados por la mañana chupándose la urgencia que el médico adjunto ha decidido cederle, esta vez para poder irse a esquiar la Semana Santa a Andorra. Harto está de todo, de los pacientes, de las enfermeras, de su novia que no le hace caso. Cuando la ve llegar, bajita, morenita y con cara de preocupación, tontea una vez más con la idea de su experimento social. Y decide llevarlo a cabo.

- Dígame.
- Doctor, me he levantado esta mañana con estos puntitos rojos por los brazos. Yo no sé lo que es, pero mi hija llegó ayer de la facultad con los mismos puntitos, y no duelen, pero ahora nos han salido estos bultos en los sobacos y, doctor, no sabemos que puede ser.

El residente mira, a la señora y su cara de preocupación, como un potencial comprador observa un coche. Se acerca a la señora, y con mucha profesionalidad, examina los puntitos rojos, y las axilas y como hace bonito también le mira la garganta y los oídos, constatando que la señora presenta un cuadro leve de una enfermedad irrelevante y que se puede ir a casa sin problemas y sin tratamiento. Ésto último no lo dice, eso sí, se limita a sentarse delante de la pobre ama de casa y a mirarla fijamente a los ojos. Cuando la pobre no puede más, pregunta:

- Doctor, ¿es grave?

Y el residente se embarca en una breve y moderada charla sobre lo contagiosa que es la enfermedad que padecen, ella y su hija, y sobre la conveniencia de que permanezcan aisladas al menos diez días, ¿Diez días?, sí, diez, ¿Y el trabajo, doctor?, ¿Y las vacaciones?, usted verá, señora, yo sólo le digo lo que hay.

La confusa y asustada ama de casa sale de urgencias con un par de recetas de placebo en la mano y terror en el cuerpo. Se pasará todas las vacaciones encerrada en casa, quejándose de sus síntomas y temiendo por la salud de aquellos a los que puede haber contagiado, obligando a los que viven con ella a recluirse, a la hija a tomar la medicación, al hijo a observarse cada centímetro de piel en busca de manchas rojitas, la perdición de la señora, la locura de la familia.

Tiempo más tarde aparecen por urgencias, y el residente está de guardia, cómo no. Les ve aparecer, pálidos, mal nutridos, con un toque de locura en los ojos como de leones enjaulados, y se da palmaditas invisibles en la espalda.

Teoría ratificada, la humanidad está chiflada, y él es el único cuerdo.

Valiente prepotente, médico de pacotilla.

martes, 23 de marzo de 2010

Lila

A Lila le han regalado una muñeca nueva. Es elegantísima, tiene el pelo rubio cobrizo y la piel muy blanca, y lleva un vestido rosa con muchísimos encajes.

Lila la odia.

Tan perfecta, le hace preguntarse a qué habrá jugado esa muñeca hasta ahora. ¿A las damas? ¿A las mamás? Menudo soberano aburrimiento.

Mientras está sentada en las escaleras del patio y se arranca una costra de la rodilla, la más reciente, la que se hizo ayer al caerse del manzano del jardín, Lila maquina en su pequeña cabecita qué hará con la muñeca. Podría dejarla tirada por alguna habitación de la casa, ignorarla y permitir que en un corto espacio de tiempo alguien la retire y se la entregue a la vecina, por ejemplo, o a alguna otra niña perteneciente a una familia con menos poder adquisitivo pero con otra idea en mente de cómo debería ser una muñeca.

Pero Lila ha decidido darle una oportunidad. Ya la ha bautizado como Sinsal, y mientras agarra una de las manos de la pequeña niña inanimada camina decidida hacia el barrizal que hay al fondo del patio, sin preocuparse de que la pobre Sinsal se dedique a arrastrar la mejilla izquierda por el suelo lleno de piedrecitas.

La tarde se la pasan trasteando, Lila observando atentamente y esperando el momento en el que Sinsal cometa un error, y Sinsal un poco tensa porque intenta estar a la altura de las circunstancias, aún no la conoce mucho pero ya ha aprendido que a Lila es mejor seguirle la corriente, porque se pone bastante difícil si se le lleva la contraria.

Así, cuando llegan al barrizal, y Lila procede a retirar la mano tras sumergir la pobre cabecita con el brillante pelo rubio cobrizo en el asqueroso mejunje, Sinsal consigue sacar la cabeza y permitir que un desagradable hilillo de material color marrón tierra húmeda se deslice por el orificio auricular, como si fueran sesos. Lila suelta una exclamación de asombro, pero no se da por vencida. Sale corriendo hasta el manzano y tras trepar a toda prisa tira a Sinsal desde lo más alto, y asoma rápidamente la cabeza por entre las ramas justo a tiempo para ver a la muñequita caer al suelo con un ruido extraño, entre mullido y de porcelana rota, y cómo su cabecita rebota, una, dos, tres veces hasta detenerse, ladeada, mostrándole a Lila-en-las-alturas su mejilla sin raspar.

Sangre y barro terminan por mezclarse cuando sin querer Lila se muerde un labio al golpearse contra la pared del edificio contra el que tira a Sinsal, a ver que alto llega, a ver si alcanza esa ventana, a ver si alcanza el tejado, porque Sinsal termina por caer encima de su cabeza y sacude con vehemencia el cacerolo insensible de Lila, que interpreta el golpe como un desafío pero que ya está demasiado cansada para seguir trasteando, hora de volver a casa, cenar, bañarse, dormir.

A la mañana siguiente Lila se levanta a la expectativa. Los sábados tiene más horas de sol, y hay una muñeca cursi esperando ser atendida.

Pero Sinsal ya no está. Lila pregunta, y su madre responde que semejante harapo es un foco de infecciones, y que a ver si empieza a jugar con muñecas nuevas, que parece mentira, menuda guarrería.

Lila no dice nada, sale a la calle, se sienta en las escaleras, mira el barro, el manzano, la pared, se lame la herida de la boca, y rompe a llorar. Jamás se lo había pasado tan bien con una pija.

viernes, 19 de marzo de 2010

Nuevo objetivo vital.

Pienso empujarte por el precipicio de la felicidad.

¡Y no te vas a dar ni cuenta!

jueves, 18 de marzo de 2010

Tomando decisiones

Lo de que la disposición de las estrellas en el firmamento el día de mi nacimiento determine mi personalidad me parece una soberana estupidez, y me niego rotundamente a permitir que semejante determinismo domine mi vida.

Ahora bien, sí, soy indecisa, y soy inconstante. Pero me dedico a pensar que son rasgos de mi carácter y no le doy muchas más vueltas, no busco el origen, no analizo el tipo de papel de lija que frotó mi vida para dejar esas aristas ahí mientras el resto, más o menos, es suave y romo.

Hay fallos de carácter que, aunque insoportables para los que más te tienen que aguantar, no tienen una repercusión sobre tu vida tan fuerte como para mí tiene el hecho de ser totalmente incapaz de tomar una decisión. La vida está llena de momentos vacíos como elegir el sabor del helado que vas a tomarte, o el color del boli con el que escribirás ese examen, pero incluso esas elecciones me resultan un suplicio. Ni te cuento lo que me aterrorizó decidir si quedaba contigo o no. Elegir continuar en la universidad o dejarlo todo y comenzar de nuevo. Escribir ese artículo polémico, o quedarme en redactora mediocre.

Al final lo que hay detrás de mis vacilaciones sólo es miedo.

Como no soy muy lista, me ha costado desarrollar un mecanismo de defensa para evitar esos momentos angustiosos que preceden al clímax de la decisión tomada. Ahora, en vez de pasarme los minutos reflexionando sobre pros y contras, corto por lo sano, y me invento una excusa magnífica para justificar por qué este preciso instante es un mal momento para tomar decisiones, si tomas esa decisión ahora sería terrible, si te decides te equivocarás.

Hasta ahora, va bien. La situación se acepta y yo me quedo tan tranquila, con la mentira montada en mi cabeza de que estoy haciendo lo correcto, de que demorar mi elección es una idea sabia. No sé cuanto más podré prolongar la farsa, pero como es algo que he creado yo, lo más razonable es que sea decisión mía parar.

Pero verás, ahora me cuesta pensar, con este gripazo, me pesan los brazos y no puedo mantenerme despierta...está claro que ahora no es el momento.

domingo, 14 de marzo de 2010

Domingo

Alguien en algún lugar pulsa el botón de stand-by de mi vida y todo se detiene, todo se queda a oscuras, a medias, excepto por un punto de luz roja más inquietante que esperanzadora, apuntando más a un cercano final que a un renovador comienzo.

Odio los domingos por la tarde. Son horas que le sobran a la semana.

Se bloquea mi cabeza, nada me entretiene, no puedo imaginar ningún acto útil que me arrastre a través de las horas que le restan a esta triste enferma terminal de resaca. Me dedico a dar vueltas por la casa como si fuera la sala de espera de un médico, sólo que la espera es virtualmente eterna y no es al médico al que espero, no espero nada que me cure de esta desidia temporal, lo que me desentretengo en anticipar es que la vida vuelva a ponerse en marcha, que haya algo que continúe a este día, y maldigo a aquellos que crearon este estúpido convencionalismo que son los meses y las semanas, cárceles estrechas que me sirven de excusa para no tener que ver más allá de sus barrotes.

He quemado las tortitas, te he sacado la lengua y me he echado a llorar.

El blanco y el negro le dan glamour al momento en el que sabes que estás convirtiendo el resto de tu vida en zumo de limón, pero con sofisticación o sin ella sigue siendo un momento de mierda, y vaya desengaño, todo este tiempo creyendo que París era un lugar de reencuentro pero resulta que no, que París ya no existe y tú y yo no volveremos a ser felices juntos, y a tí te ha dado por hacerte el héroe y a mi me ha dado por hacerme la comprensiva, pero cuando me suba al avión y se me pase la borrachera de adrenalina te odiaré, te odiaré por mentirme, te odiaré...

¿Cuánto dices que queda para el lunes?

lunes, 8 de marzo de 2010

Marzo

Descalzarme y doblar las piernas mientras me hablas de cosas-que-a-quién-le-importan convierte tu sofá en una balsa salvadora. Si dejaramos pasar el tiempo nuestro migratorio auxilio se converiría en una balsa de la Medusa, el final último e inevitable sería comerte a bocados aplastada por la vergüenza de comprender que estoy llevando a cabo un acto animal, pero sabiendo a la vez que ésta es la única forma de salvarme, me salvo a costa de sacrificarte, me salvo a costa de sacrificarlo todo.

Corre, Caperucita, ponte las zapatillas, la balsa ha salido ardiendo y como te quedes atrás tú también arderás con llamas invisibles. Sal a la calle y no te engañes, ese sol de invierno no calienta, y aunque pongas cara de imbécil mientras la giras hacia él cual planta amarillenta no entrarás en combustión expontánea.

Las salas de cine de Madrid son perfectas para ocultar a náufragos, a bichos raros como yo, cuyo acto más grave de travestismo consiste en colarse en el baño del monigote con pantalones y esconderse tras el cerrojo oyendo conversaciones en argentino y rezando por que la película no haya empezado todavía.

No te voy a hablar de cómo a la luz de la pantalla me he vuelto a enamorar, de tu cuello y del ángulo de tu mandíbula, ni de lo difícil que es contentar a ambos, al final un beso debajo del lóbulo de la oreja tendrá que bastar. Pero a cambio tienes que prometerme que no volverás a ceder ante mis caprichos volátiles e irresponsables, porque dónde voy yo ahora soñando con tener pelo de estropajo y estilo al colgarme unas Wayfarer.

Aprenderé a tocar la guitarra para cantarte canciones de amor, aunque a ti no te guste mi ñoñería y a mi no me vayan las drogas duras.

lunes, 1 de marzo de 2010

Subnormal profunda, adorable, y un poco prepotente.

La sola idea de imaginarme con los brazos en jarras y la capa ondeando al viento me hace troncharme de risa. Lagrimones gruesos y salados dibujan lineas verticales en mis mejillas contraídas por la carcajada, mi cuerpo entero se sacude como poseído, la gente me mira en silencio preguntándose que me pasa.

Yo, una heroína. ¿Te lo puedes creer?

He venido al mundo con el único objetivo de salvarte. ¿No? ¿No era ese el objetivo? Claro, haces la pregunta correcta: Salvarte, ¿de qué?

No estoy segura. ¿De mí? ¿De tí? ¿De los demás? ¿De la vida, esa pequeña hija de puta que a mí ya me ha dejado cardenales en las costillas, a la que odio y amo a la vez, la que quiero compartir contigo pero me aterroriza que nos destruya? Que más da. Soy débil, soy imperfecta, y no tengo superpoderes. Puedo imaginarme un traje de lycra que marque mis curvas imperfectas, pero eso no me hará más fuerte. Un traje hortera no nos va a salvar.

Si tan convencida estoy de que rescatarte de las sombras ocultas en mi cabeza no está en mis manos, ¿por qué no lo dejo estar? A lo mejor mirar para otro lado cuando te me apareces frágil y con el equilibrio precario sobre la cuerda entretejida de nuestras palabras me ayudaría a no perder la poca salud mental que me queda. Pero te ha tocado ser el centro de mis neurosis, ya te avisé de que no soy perfecta, Sofi-trastornada.

A lo mejor me estoy equivocando, y el objetivo es otro: destruirme mientras te construyo, o viceversa. Uno u otro no cambiaría mucho las cosas, la esencia sería la misma, aunque el cuerpo resultante, túmasyo, yomastú, fuera distinto. Sigo creyendo que el tejido que nos compone es el mismo, y quien nos fabricó tuvo el descuido de dejar un hilo sin cortar, el hilo que nos une, el hilo que me hace rabiar de tristeza cuando no puedo tocarte.

A lo mejor me vuelvo a equivocar, y el objetivo es otro: cortar ese maldito hilo. Dejarte huir cómo más te plazca, dejarte ser protagonista de tu propio cuento y no del mío, y mientras tanto quererte como siempre te he querido, desde la distancia.

Mi subconsciente debe de conocer la respuesta, porque está callado como una tumba, el cabrón.
 
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