jueves, 22 de julio de 2010

Alergia

- Buenos días, doctor.
- Buenos días, Caperucita. Ven, siéntate, estamos viendo un caso... Pero, ¿y esos ojos rojos?
- Alergia, doctor.
- ¿En Julio? ¿Alergia?
- Alergia, doctor.
- ¿Alergia a qué?
- A las despedidas, doctor. Alergia a las despedidas.

lunes, 19 de julio de 2010

Julio

Obligada por el régimen estricto del toque de queda en mi casa, no salía con mis amigas los fines de semana.

Me inventé, movida por el aburrimiento, juegos estúpidos. Imaginaba formas de suicidarme, cerraba los ojos y respiraba hondo, como si buscara el olor a lluvia en el aire, y luego me sentaba en el suelo a escribir en mi cuaderno de tapas floreadas...

Me escurría hacia el fondo de la bañera mientras mi sangre dejaba caminos brillantes en la pared blanca del baño.

Agarraba los lados de la ventana y miraba el precipicio que descendía hasta el patio de vecinos, y dentro de mi cabeza gritaba ¡eres incapaz de hacerlo!, una y otra vez, hasta que me dolían las manos de la tensión y me dejaba ir, llorando en el suelo de mi habitación.

Cogía el teléfono y marcaba tu número, y protegida por un modelo antiguo sin identificación de llamadas te escuchaba preguntar, ¿quien es? una o dos veces y luego me hundía en el silencio que se formaba entre los dos. Siempre colgaba yo primero.

La vida es aburrida, cíclica. Crees que has superado tu adolescencia pero es mentira, tu adolescencia vuelve a ti de vez en cuando, y te toca mirarle a la cara y enseñarle tus cicatrices, y decirle que lo has superado, aunque sea mentira, pero ahora has aprendido a mentir, ahora te crees tus propias mentiras.

domingo, 18 de julio de 2010

Relativo

Trabajaba allí con un entusiasmo desmesurado. A la gente le parecía un comportamiento inusual, me preguntaban qué era lo que me motivaba tanto de un trabajo que aportaba pocas satisfacciones y suponía tanto esfuerzo, pero yo en mi ignorancia bendita me limitaba a encojerme de hombros y sonreír apaciblemente.

Aquella máquina fue mi perdición. Me fascinó desde el primer momento, con su brillo de recién salida de la fábrica y su silencio de engranajes perfectamente lubricados. Me dediqué a ella en cuerpo y alma, me esforzaba por tratarla bien y mantenerla en un estado impecable. El resto de mis compañeros hacía uso de ella con indiferencia, y a veces incluso con desprecio, como si por ser una máquina discreta y eficaz mereciera ser maltratada. Yo solía hacerme el ciego cuando volvía de las manos de otro trabajador sucia y ligeramente destartalada, y me limitaba a intentar dejarla lo mejor posible.

Hasta que un día un compañero tuvo la indecencia de llamarla "trasto inútil" delante de mí, y ya no pude controlarme. Le grité y le insulté, y no llegué a agredirle porque otros trabajadores de la nave consiguieron detenerme a tiempo. Pensé que los demás me comprenderían cuando repetí varias veces las palabras que escupió el majadero, pero nadie se solidarizó conmigo. Algunos acudían interesados y me preguntaban si había hablado mal de mi familia, y cuando les explicaba que era el honor de mi máquina el que había sido ultrajado fijaban sus ojos vacíos en mí unos segundos y se marchaban sacudiendo la cabeza como si me hubiera vuelto loco.

Ese mismo día me quedé solo en la nave industrial después del cierre, y me senté delante de mi preciosa máquina, que se mostraba un poco ajada por el uso y que se me antojaba un tesoro incalculable y me di cuenta de que esa masa de metal era mi todo. Más allá de ella no había nada, yo no tenía nada. Antes de su llegada yo estaba hueco por dentro y esa pequeña obra de ingeniería se había presentado ante mí llenando mi vida y otorgándome un objetivo vital. Nadie sería capaz de entenderlo jamás, porque nadie estaba tan vacío como yo. Me levanté, desconecté la máquina y la cogí entre mis brazos.

Tardaron tres días en darse cuenta de nuestra ausencia.

lunes, 12 de julio de 2010

Lo aprendí de las zarigüeyas

La única forma de salir sana y salva de una confrontación es haciéndote la muerta.

Muy bien, si esto va a ser así, que no esperen una opinión mía en lo que me queda de capacidad mental.

Un "lo que tú digas" debería bastar para que me dejen en paz.

Ningún vencedor, ningún vencido. Ninguna pelea. Nunca más.
 
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