domingo, 4 de abril de 2010

Riendas

Cuando era pequeño, su juego preferido era engancharse las tiras del bolso de su madre como si fuera una brida, se las metía en la boca y mordía con fuerza, y obligaba a su madre a usar el bolso como si fueran las riendas y a sacudirlo mientras le gritaba "¡arre, arre!". Su madre solía preguntarse si semejante juego no decía algo malo sobre la salud mental de su hijo, pero como el resto de entretenimientos del enano no se salían de lo normal, le concedía esa extravagancia de vez en cuando, siempre sintiendo de forma inconsciente que aquello tenía algo de pervertido.

Por el instituto pasó sin pena ni gloria. No era extremadamente inteligente pero aprobaba las asignaturas sistemáticamente. No dio problemas de rebeldía, no se metía con los más pequeños ni con las chicas, y como tampoco hablaba en clase los profesores sólo le recordaban cuando tenían que pasar lista.

Pero oculto detrás de las puertas de su dormitorio daba rienda suelta a su imaginación: se soñaba alto (aproximadamente 2 metros 20 centímetros midiendo desde las orejas), con las cuatro piernas fuertes y musculosas, y cubierto por un suave pelaje marrón rojizo. Se masturbaba inventándose situaciones en las que por un motivo u otro conseguía persuadir a hermosas chicas rubias para que subieran en su lomo, y se excitaba pensando en sus culos rebotando sobre él.

Alicia le conoció un día en que parecía llegar tarde a todo. Había salido de casa sin secarse el pelo, que le caía dorado sobre los hombros, y sin proponérselo se había vestido con unos pantalones negros ajustados que combinaban a la perfección con sus botas de motar. La chaqueta azul remataba la imagen de amazona pija que tanto le motivaba a él, pero lo que de verdad le conquistó fue la fusta que Alicia sacaba indignada de su coche, su hermana había vuelto a dejarla tirada encima del asiento, menuda desorganizada, que pensaría la gente... Al girarse para regresar al portal, se chocó de frente con él. Alto, musculoso y atractivo, aunque a lo mejor con una mandíbula demasiado prominente, miraba a Alicia como si fuera a comérsela. La chica le pidió perdón y se apartó un poco, mientras de la boca de él salía a borbotones una invitación para tomar un café. Sin estar muy segura de por qué, aceptó.

Mientras se volvía hacia el coche para cerrarlo con llave, creyó oír un relincho.
 
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