miércoles, 30 de junio de 2010

De cómo alcanzarte, y no.

Está oscuro y frío. Lo único que soy capaz de sentir, más que ver, son los muros que se alzan a mi alrededor y la pared que se esfuma para señalarme el camino.

Se me clavan las piedrecitas sueltas del suelo en la planta de los pies. Fantástico. No sólo no tengo ni idea de dónde estoy, encima estoy descalza.

Pies descalzos que avanzan sin hacer ruido sobre la gravilla. Manos heladas que avanzan palpando la pared. Que frío hace.

Poquito a poco me muevo hacia delante. Tengo miedo, no sé dónde estoy, no sé que hago aquí, tengo miedo.

Una piedra afilada roza mi piel, corta mi piel, mi piel sangra.

No puedo más, me dejo caer al suelo con la espalda apoyada en la pared, y rompo a llorar. Jefe, jefe, te gimo de repente, qué demonios pasará por mi cabeza.

Entonces oigo tu voz. Estas ahí, tan cerca, justó detrás de mí. Justo detrás de la pared. Tú también me llamas.

Jefe, jefe. Donde estás, te necesito, donde estás, te quiero aquí. A lo mejor si me levanto, a lo mejor si camino puedo llegar hasta ti. Caminamos en la misma dirección, yo cojeo mientras palpo la pared, mientras intento sentir tu calor a través del muro de hormigón. Pero yo llego a un giro a la izquierda, y tu me informas del callejón sin salida delante de ti.

Pequeño, pequeño, esto es un maldito laberinto, un laberinto lleno de frío y miedo, no nos encontraremos jamás.

Deja de llorar, Caperucita. Nos vemos en el centro. Y echas a correr en la otra dirección.

De nada sirve llamarte porque ya estás muy lejos. De nada sirve quedarme aquí si tu ya te has ido. Cojo el giro a la izquierda, y como una cieguita camino lento por el pasillo.

Pero pasa el tiempo, y llego a un callejón sin salida, y corro y me giro, y vuelvo a ninguna parte.

No oigo nada, y no veo nada, y me desespero. Chillo tu nombre y me respondes, con una caricia, con un beso.

Estoy a tu lado en la cama, y todo ha sido un sueño, y no.

jueves, 17 de junio de 2010

Sintaxis

Te invité a ir al cine conmigo.

Me preguntaste qué ponían.

No entendiste que la palabra importante no era cine, sino conmigo.

jueves, 10 de junio de 2010

Pásame ese micrófono

Con cinco años fuí O.

El disfraz consistía en una túnica azul con donuts plateados pintados sobre ella y un trozo de guirnalda navideña a juego con los donuts colocada a modo de corona en la cocorota. Me tocó aprender de memoria un texto hilarante (o no) sobre palabras que contenían numerosas Os, del cual ahora mismo sólo recuerdo una frase que afirmaba que las Os se pirran por el chocolate.

Eramos tres. Tres, y un micrófono. Lo que aquellas dos pazguatas no parecían comprender era que el micrófono me pertenecía a mí. Me había costado un cojón aprenderme aquella perorata y cuando nos subimos al escenario, los tres angelitos empezamos a soltar nuestro discurso con precisión y sin vacilar, pero mientras nos desgañitábamos yo luchaba con ansia por la posesión de aquel objeto pensando que si no lo rociaba con mis babas nadie oiría mi voz. Lo que yo no sabía es que esa escena estaba siendo grabada en video por nuestros padres, y que luego utilizarían la anécdota para afirmar que soy una mandona y una posesiva. Pero yo lo único que quería era que se oyera mi voz...

Unos años más tarde, mi padre me regaló un reproductor de cassettes que a mi se me antojaba mágico. Tenía un botón rojo donde ponía REC y, señores, ¡un micrófono! ¡para mí solita! y grababa todas las tonterías que a mi se me antojaba chillar por él. Por aquel entonces ya observé que los micrófonos tenían tendencia a volverme majareta, y además transformaban mi voz en una especie de silbato para perros, se volvía aguda y desagradable. Con mi egocentrismo infantil, asumí que la culpa era del cacharro y no le dí mas importancia.

Sin embargo, con diez años se me presentó la oportunidad de volver a los escenarios, cuando mi grupo de Scouts se presentó a una especie de festival de la canción para raritos. Decidieron colocar a uno de los enanos en primer plano leyendo una especie de carta cuyo contenido, una vez más, no recuerdo, y me eligieron a mí porque al parecer era la única de los enanos que sabía leer decentemente. Me hizo ilusión que me eligieran porque yo era de las tímidas y las niñas tímidas nunca hacen nada interesante, así que aquel día subí al escenario henchida de orgullo y con el papel, arrugado de tanto manejarlo, en la mano. Me coloqué en el centro del escenario, y comencé a hablar. Y lo que se oyó por los altavoces fue el silbido. La lectura me salió estupendamente, pero cuando la gente me felicitaba terminaba con versiones de la frase "el micrófono te ponía la voz rara".

Me prometí a mi misma no volverme a colocar delante de una multitud detrás de un micrófono, y hasta ahora lo he conseguido, y soy feliz...¿Eh? ¿Que por qué te he soltado este rollo? No seas imbécil. Has sido tú el que ha dicho que no entendía por qué me niego a ir al karaoke...

lunes, 7 de junio de 2010

Licenciados

Hoy es un día complicado.

Debería sentirme contenta porque vosotros estáis contentos. Habéis acabado una etapa con éxito, y a todos nos gusta tener éxito, pero en estos momentos en vez de adularos como hacen todos me apetece dar rienda suelta a mi parte cruel e hiriente, y exclamar que ahora mismo prefiero bañarme en aceite hirviendo a escucharos hablar sobre lo felices que sois, y sobre todo, que acabéis diciendo que yo no tengo que preocuparme, que ya me llegará. Lo único que me faltaba para querer suicidarme es vuestra condescendencia.

Lo que más me molesta no es vuestra victoria, es mi derrota. No hay circunstancias atenuantes, no hay factores ambientales que modificaran mis actos. Fui yo, sólo yo, la que se dedicó a lo que no tocaba, la que fracasó (aquí sí, fracasé) y no alcanzó las metas que le correspondían. Con lo fácil que era llegar, ¿No?.

Enterrado bajo capas y capas de sentimientos malsanos como la envidia y de actitudes amargas como el cinismo, una vez más se esconde el miedo. Esta vez, para variar, es el terror a haberme creído más lista de lo que soy. Disfruto maltratandome a mi misma, y en ese comportamiento hay algo de exageración, como en todo lo que hago, pero hasta entonces viví rodeada de personas que tenían unas expectativas de mí que jamás llegué a satisfacer. Cómo me cuesta recordarme que yo no puse esas espectativas ahí, que las gente las construyó de la nada, y que en realidad yo no tengo que darle explicaciones a nadie.

Me doy asco, pero hoy no puedo decir "Enhorabuena". Al menos me estoy portando bien, y las palabras hirientes me las trago como un esputo.

A lo mejor por eso llevo todo el día con regusto amargo en la boca.
 
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