viernes, 31 de diciembre de 2010

Vivir (II)

[...]

Porque siempre creí que todo sería distinto y me veo igual.
Porque cuando era pequeña me creía mis propios cuentos, pero nunca eran los demás los que me rescataban sino que yo era la rescatadora, y ahora siento que si no me rescatan me hundo.
Porque me pensé valiente y buena, y me veo cobarde y conformista.
Porque me quiero feliz, pero no sé cómo se alcanza la felicidad, y no sé si esto es felicidad o es un sucedáneo en polvo.
Porque quería viajar y ni si quiera salgo a pasear por mi barrio.
Porque no quería cadenas, pero están los demás.
Porque no quería, y me quieren.
Por eso mismo.

(Felicísimo año nuevo)

jueves, 30 de diciembre de 2010

Vivir (I)

Y entonces despertó.

Y se preguntó que había cambiado dentro de su cabeza, porque que estaba claro que algo había cambiado, y sin embargo más allá de los límites de su piel todo parecía igual. Todo igual, pero ahora revestido de una capa de absurdidad. De la noche a la mañana, tomado de forma literal, el sentido de las cosas había cambiado.

Peor aún, había desaparecido.

Vieja conocida de sus experiencias oníricas permaneció escondida debajo del edredón, esperando que la cordura regresara, adivinando en la oscuridad las formas geométricas de la tela que cubría su cabeza confundida. ¿Confundida? Más bien preclara, diría yo. Aterradoramente lúcida.

Entonces cometió el segundo error del día y se hizo a sí misma la pregunta: ¿Y que pensarán los demás? Probablemente ni siquiera entenderán la pregunta: ¿Que qué es vivir? ¿Pero que duda es esa? Vivir es lo que haces ahora y no hay nada más que esto.

¿De verdad? ¿De verdad no hay nada más que esto?...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Puentes

Los puentes son lugares de transición perfectos. Sobre todo si son largos.

Te permiten ir de un lugar ya conocido, donde supuestamente eres lo suficientemente feliz como para hacer estallar globitos y tu vida es tranquila y no necesitas más de lo que tienes, a un lugar desconocido, parecido a otros en los que ya has estado pero en realidad único en su género, un lugar diseñado para ti aunque ni el propio lugar tuviera idea de que su razón de ser era acogerte.

Lo bueno de los puentes es que siempre están ahí, como lugar de referencia estático y perenne. Nadie puede moverlos de lugar o decir que no existen. Destruirlos es posible, pero seguirían quedando piedras de los cimientos dispersas a las que acudir y señalar con el ceño fruncido y exclamar con expresión censuradora que ahí había un puente y que haga usted el favor de dejar de tomarnos el pelo.

Caperucita ya no cruza puentes sin mirar. Hubo un tiempo en que los cruzaba decidida, sin mirar abajo, convencida de que lo importante no es lo que hay al otro lado del puente sino el hecho de cruzarlo. Pensaba que tener el valor de atravesar un puente ya lo decía todo sobre una: valiente, atrevida. Un poco estúpida, también.

Porque en realidad lo importante no es cruzar el puente, sino lo que hay al otro lado, y lo que hagas con ello. Porque la frontera entre la compañía y la soledad es delgadita, y el puente alcanza las dos fronteras, y si no tienes cuidado puedes plantar el pie en el lado equivocado.

La última vez Caperucita tuvo suerte y puso su pie izquierdo donde debía. De eso hace un año, y lo cierto es que aunque hubiera querido arrepentirse no ha tenido tiempo.

La felicidad es lo que tiene.
 
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