Tenía ganas de gritar en aquella marea de gente que te quería. Gritar, sí, que sonara como una bofetada, como si te escupiera en la cara, o como si les escupiera a los demás, no estoy muy segura.
Yo no quería convertirme en una esclava más, gozaba de mi superioridad al saberme libre mientras observaba las cadenas de los demás, manifestaciones públicas de sentimientos (puaj) y escenas de vergüenza ajena, a quién le importa lo felices que seáis, retrasados mentales es lo que sois, me prometí a mi misma jamás caer en la trampa. Por muy enamorada que estuviera, por mucho que sintiera que me estalla esto y se me rompe aquello y pasaría el resto de mi mas allá contigo, me lo guardaría todo para mí, el amor egoísta llevado al máximo, el egoísmo en su estado puro.
Un momento, ¿quien ha dicho que esto sea amor?
Como la egoísta que soy, desde el principio aparento no buscar tu mano cuando caminamos juntos por la calle, utilizo apelativos absurdos para que nadie sospeche que en realidad ahora eres lo único que importa, y sólo te digo que te quiero cuando estamos empapados en sudor.
No estoy enamorada, esto no es para siempre, nuestra relación no es dependiente. Pero quería gritar que te quiero, gritarlo aunque sólo lo oyeras tú. Y mientras no lo gritaba pensaba, muy bien, Caperucita, repítemelo otra vez... ¿Quién es la esclava?
domingo, 2 de mayo de 2010
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Un "te quiero" es una derrota.
ResponderEliminarTen cuidado, que a los que nos gusta perder en seguida nos tildan de empalagosos, simples y mediocres. Está de moda eso de querer y hacer sufrir