domingo, 9 de mayo de 2010

Culpable

- Declaramos al acusado culpable.

Y Andrés se echa a llorar delante de todo el mundo, mientras algunos le miran con desprecio y otros con condescencendia. Por fin el asesino confeso de Laura P. muestra algo de remordimientos, piensan, por fin parece entender dónde se ha metido, y que ya no hay vuelta atrás, y está arrepentido.

Confunden lágrimas de arrepentimiento con lágrimas de felicidad. Porque Andrés no llora porque se sienta mal, llora porque por fin la gente sabrá que tipo de persona es, ya nadie le mirará a la cara y creerá que ésta es el espejo de su alma, ni confundirá la fachada con las habitaciones, ni el continente con el contenido.

La desgracia de Andrés fue nacer con cara angelical. Desde pequeñito, su hermosa cara de ojos claros y dorada pelambrera confundía a la gente y la despistaba. Cuando Andrés cometía una travesura, todos miraban a su alrededor como buscando a alguien, al culpable de la fechoría, porque era imposible que aquella belleza de niño pudiera ser responsable de ningún mal acto.

Andrés podría haberse convertido en un manipulador, haber sido consciente de su capacidad para engañar a los demás, haber usado el poder de su hermosura para hacer y deshacer a su antojo. Pero era incapaz de ver la utilidad de todo aquello. Él lo único que quería era que la gente se diera cuenta de que era malo, de que podía llegar a ser perverso, que aceptaran que su alma estaba podrida y sus actos eran venenosos.

A medida que su vida avanzaba, puso todo su empeño en recoger pruebas de su maldad. Dejaba sus trabajos a medio hacer, trataba a la gente mal, cometía robos de pequeña magnitud y maltrataba su cuerpo. Pero de nada servía, la gente le miraba a la cara y no podían hacer menos que echarse a sí mismos la culpa de haber enojado a un santo, o se embarcaban en búsquedas inútiles de cabezas de turco que pudieran cargar a sus hombros la culpabilidad que le correspondía a Andrés. Los poderosos se rendían a sus pies, las mujeres se sacrificaba ante un dios inmaculado.

La desesperación de Andrés aumentaba ante la ceguera perenne de las masas que lo adoraban. Hasta que Laura apareció en su camino, y vio a través de él, y se atrevió a juzgarlo, y le llamó basura. Andrés no pudo hacer menos que ponerse de rodillas ante ella y rogarle que le ayudara, que pusiera fin a el tormento de su vida, que le aconsejara sobre cómo conseguir que los demás le vieran como ella le veía. Con una mueca de desprecio, Laura le preguntó que le hacía pensar que ella querría ayudarle. Andrés replicó que el mundo de hipocresía que le rodeaba debería bastar como argumento.

- Haz algo despreciable. Algo vil y perverso, sin vuelta atrás. Algo injustificable, que nadie jamás pueda perdonar.

Andrés fijó su mirada en Laura y se le acercó lentamente. Laura al principio no entendió, pero terminó por dejarse hacer. Se sacrificó por la verdad. Pobre imbécil. Estaba tan cegada como los demás.

Su cuerpo sufrió todo tipo de vejaciones. Andrés utilizó todas las ideas viles que se atrevieron a pasar por su cabeza, y cuando de Laura no quedaba nada más que una masa informe de tejido blando y huesos despedazados, se sentó a esperar.

Hubo una detención, un encarcelamiento, y un juicio. Y en el juicio le han declarado culpable.

Andrés llora de felicidad ante la masa enardecida que cree que se ha hecho justicia. Entre la cortina de lágrimas alcanza a ver a su abogado defensor, que se acerca y le apoya la mano en el hombro.

- Tranquilo, Andrés. Algún día descubriremos al que te engañó para que hicieras todo esto.

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