martes, 23 de marzo de 2010

Lila

A Lila le han regalado una muñeca nueva. Es elegantísima, tiene el pelo rubio cobrizo y la piel muy blanca, y lleva un vestido rosa con muchísimos encajes.

Lila la odia.

Tan perfecta, le hace preguntarse a qué habrá jugado esa muñeca hasta ahora. ¿A las damas? ¿A las mamás? Menudo soberano aburrimiento.

Mientras está sentada en las escaleras del patio y se arranca una costra de la rodilla, la más reciente, la que se hizo ayer al caerse del manzano del jardín, Lila maquina en su pequeña cabecita qué hará con la muñeca. Podría dejarla tirada por alguna habitación de la casa, ignorarla y permitir que en un corto espacio de tiempo alguien la retire y se la entregue a la vecina, por ejemplo, o a alguna otra niña perteneciente a una familia con menos poder adquisitivo pero con otra idea en mente de cómo debería ser una muñeca.

Pero Lila ha decidido darle una oportunidad. Ya la ha bautizado como Sinsal, y mientras agarra una de las manos de la pequeña niña inanimada camina decidida hacia el barrizal que hay al fondo del patio, sin preocuparse de que la pobre Sinsal se dedique a arrastrar la mejilla izquierda por el suelo lleno de piedrecitas.

La tarde se la pasan trasteando, Lila observando atentamente y esperando el momento en el que Sinsal cometa un error, y Sinsal un poco tensa porque intenta estar a la altura de las circunstancias, aún no la conoce mucho pero ya ha aprendido que a Lila es mejor seguirle la corriente, porque se pone bastante difícil si se le lleva la contraria.

Así, cuando llegan al barrizal, y Lila procede a retirar la mano tras sumergir la pobre cabecita con el brillante pelo rubio cobrizo en el asqueroso mejunje, Sinsal consigue sacar la cabeza y permitir que un desagradable hilillo de material color marrón tierra húmeda se deslice por el orificio auricular, como si fueran sesos. Lila suelta una exclamación de asombro, pero no se da por vencida. Sale corriendo hasta el manzano y tras trepar a toda prisa tira a Sinsal desde lo más alto, y asoma rápidamente la cabeza por entre las ramas justo a tiempo para ver a la muñequita caer al suelo con un ruido extraño, entre mullido y de porcelana rota, y cómo su cabecita rebota, una, dos, tres veces hasta detenerse, ladeada, mostrándole a Lila-en-las-alturas su mejilla sin raspar.

Sangre y barro terminan por mezclarse cuando sin querer Lila se muerde un labio al golpearse contra la pared del edificio contra el que tira a Sinsal, a ver que alto llega, a ver si alcanza esa ventana, a ver si alcanza el tejado, porque Sinsal termina por caer encima de su cabeza y sacude con vehemencia el cacerolo insensible de Lila, que interpreta el golpe como un desafío pero que ya está demasiado cansada para seguir trasteando, hora de volver a casa, cenar, bañarse, dormir.

A la mañana siguiente Lila se levanta a la expectativa. Los sábados tiene más horas de sol, y hay una muñeca cursi esperando ser atendida.

Pero Sinsal ya no está. Lila pregunta, y su madre responde que semejante harapo es un foco de infecciones, y que a ver si empieza a jugar con muñecas nuevas, que parece mentira, menuda guarrería.

Lila no dice nada, sale a la calle, se sienta en las escaleras, mira el barro, el manzano, la pared, se lame la herida de la boca, y rompe a llorar. Jamás se lo había pasado tan bien con una pija.

1 comentario:

  1. Algunas personas es que son mejores de plástico. A veces hasta que no nos matan algo no nos damos cuenta de que... Bueno, eso ya está muy dicho!

    PD: Luego se debería haber comprado una Blythe. ¡Pero ni se le ocurra enguarridongarla así!

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