Alguien en algún lugar pulsa el botón de stand-by de mi vida y todo se detiene, todo se queda a oscuras, a medias, excepto por un punto de luz roja más inquietante que esperanzadora, apuntando más a un cercano final que a un renovador comienzo.
Odio los domingos por la tarde. Son horas que le sobran a la semana.
Se bloquea mi cabeza, nada me entretiene, no puedo imaginar ningún acto útil que me arrastre a través de las horas que le restan a esta triste enferma terminal de resaca. Me dedico a dar vueltas por la casa como si fuera la sala de espera de un médico, sólo que la espera es virtualmente eterna y no es al médico al que espero, no espero nada que me cure de esta desidia temporal, lo que me desentretengo en anticipar es que la vida vuelva a ponerse en marcha, que haya algo que continúe a este día, y maldigo a aquellos que crearon este estúpido convencionalismo que son los meses y las semanas, cárceles estrechas que me sirven de excusa para no tener que ver más allá de sus barrotes.
He quemado las tortitas, te he sacado la lengua y me he echado a llorar.
El blanco y el negro le dan glamour al momento en el que sabes que estás convirtiendo el resto de tu vida en zumo de limón, pero con sofisticación o sin ella sigue siendo un momento de mierda, y vaya desengaño, todo este tiempo creyendo que París era un lugar de reencuentro pero resulta que no, que París ya no existe y tú y yo no volveremos a ser felices juntos, y a tí te ha dado por hacerte el héroe y a mi me ha dado por hacerme la comprensiva, pero cuando me suba al avión y se me pase la borrachera de adrenalina te odiaré, te odiaré por mentirme, te odiaré...
¿Cuánto dices que queda para el lunes?
domingo, 14 de marzo de 2010
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Los domingos deberían ser laborables y los martes festivos
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