domingo, 24 de octubre de 2010

Bestia

El día que lanzó la zarpa a través de los barrotes me dí cuenta de que habíamos traspasado la línea y ya no había vuelta atrás.

Me miró a través de los barrotes con furia y violencia, con frialdad impersonal. La situación se había descompensado por completo, y aunque en un primer momento llegué a pensar que todo era por mi culpa, esos ojos me informaron de que en realidad yo sólo jugaba un papel secundario en la tragedia.

Mientras me limpiaba la sangre que manaba de las heridas en mi brazo, analicé la situación. En el estado de salvajismo que habíamos alcanzado no cabían las explicaciones, no serviría de nada que yo le mirara con los párpados caídos y le susurrara que me perdonara, que le explicara que yo nunca busqué esto.

Comprendí que lo único que quedaba por hacer era sacrificarse. Sacrificarme.

Volví sin nada entre mis manos. Abrí la jaula y me lancé a sus fauces, y recibí el primer latigazo de dolor como si fuera lluvia en verano. Cerré los ojos, y pensé por última vez que al final tú tenías razón.

Jamás debí dedicarme a alimentar tu ego.

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