domingo, 1 de agosto de 2010

Raíces

Que su cuerpo estaba hecho de semillas y tierra, ella ya lo sabía.

Pero creyó, ilusa, que podría convertirle en tierra fértil, darle alma y transformarle en vida, como buscando una justificación para su propia carencia de urgencia vital.

Solía disfrutar observando su perfil mientras estaban sentados en el sofá, él mirando al frente, ella mirándole a él, los dos en silencio hasta que ella se ponía hablar de arte y de ciencia, y aunque él no daba ninguna señal de estar escuchándola ella sentía que sus palabras entraban por el conducto auditivo externo y empapaban sus células, como el agua de regar empapa una tierra ávida de alimento.

Eligió no ver las pequeñas raíces que comenzaron a crecerle a él en brazos y piernas y retiraba con un ademán indiferente las que tenía por toda la espalda, cuando conseguía que él se dejara abrazar.

Empezó a tener miedo, y utilizaba las palabras "juventud" e "inquietudes" como armas afiladas para huir cuando el olor a tierra podrida le invadía las fosas nasales. Él ni se inmutaba, permanecía sentado mirando al frente, y la mano que al principio se levantaba cuando ella ya estaba de espaldas, en un pequeño intento de retenerla junto a él, pasado un tiempo dejó de rebullir también.

Un día, ella se despertó y, asustada porque él no estaba durmiendo a su lado, se levantó y corrió hasta el sofá. Se limitó a morderse el labio inferior cuando se dio cuenta que la tierra y las semillas era todo lo que quedaba. Y se permitió llorar una lágrima o dos, antes de hacer las maletas y cerrar la puerta detrás de sí, con aire de condena irrevocable.

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno! Este preséntalo a algún concurso de microrelatos, que tiene muchas posibilidades.

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